18:00 hasta las 00:45
Proyección PARAÍSO (Andrei Konchalovsky, Rusia)

Proyección PARAÍSO (Andrei Konchalovsky, Rusia)

1€
PARAÍSO – Ciclo ‘Historias de la II Guerra Mundial’ - Pases 18:00 20:15 y 22:30
Paradise
Rusia 2016   130’
Dirección: Andrei Konchalovsky
Guión: Andrei Konchalovsky, Elena Kiseleva
Reparto: Yuliya Vysotskaya, Christian Clauss, Philippe Duquesne, Peter Kurth
Fotografía: Aleksandr Simonov.
Música: Sergey Shustitskiy

Olga es una aristócrata rusa miembro de la Resistencia Francesa que es arrestada por la policía nazi por ocultar a dos niños judíos durante una redada. En prisión conoce a Jules, un funcionario francés colaboracionista que debe investigar su caso. Allí también se encontrará con Helmut, un alto oficial de las SS, que hace muchos años fuera su amante.
2016: Festival de Venecia: Mejor Director
2016: Festival de Gijón: Mejor Actriz, Fotografía y Premio del Jurado Joven

La actitud del ser humano alrededor de la tragedia más importante de la Edad Contemporánea, el holocausto judío a manos de los nazis, es un tema tan inabarcable, tan poco dado al punto y final, que a pesar de la enorme cantidad de películas (y de libros) sobre su siniestra historia, aún quedan resquicios sueltos, éticos y estéticos, para poder abordarla. Así lo demostró hace dos años el húngaro László Nemes en El Hijo de Saúl, a través de un órdago visual, de punto de vista y de sonido, a los tabúes de representación del Claude Lanzmann de Shoah. Y así lo manifiesta el veterano director ruso Andréi Konchalovsky con Paraíso, su nueva película, por medio de una serie de entrevistas en forma de Juicio Final sobre la Solución Final.

Rodada en un blanco y negro más cercano al de Michael Haneke en La Cinta Blanca, gélido y poco contrastado, que al más estético de Steven Spielberg en La lista de Schindler, Paraíso añade además un estrecho formato clásico en 1,37:1, no demasiado acostumbrado hoy en día, ideal para las secuencias de las entrevistas, que además van acompañadas de bruscos cortes entre frases, y simulacros de defectos de sonido en esos saltos, con las que Konchalovsky añade un plus de analítica novedad de conciencias. Los tres protagonistas, un colaboracionista francés, una judía rusa de la aristocracia, y un alto cargo de las SS, reflexionan desde una dimensión paralela sobre sus conductas. Algunos de cara; otros, con evasivas, quizá tan sinceras como desquiciadas.

La película discurre por la pantalla con una extraña solemnidad. Paradise repite buena parte de los lugares comunes del cine sobre la Segunda Guerra Mundial. Pero lo hace, y esto es lo relevante, muy consciente de ello. Konchalovsly, de hecho, se impone la puntual repetición de, digamos, la iconografía insoportable del Holocausto. Lo que añade ahora es la reflexión sobre eso que ha ocupado buena parte de su cine: el destino. Los tres personajes hicieron lo que por la situación social o nacimiento estaban condenados a hacer, pero, eso, y ahí es donde radica la tesis de este teatral artefacto cinematográfico, lejos de exculparles les condena. Todo el esfuerzo de la película conduce a la descripción perfecta del instante de libertad que permite precisamente la posibilidad del juicio. Divino o mundano, tanto da. Conmovedora, irritante y amargamente irónica. De ahí, el título, un 'paraíso' que representa los ideales del peor de todos ellos: un hombre 'bueno' que ayudó a que la mayor de las atrocidades tuviera efecto.

Y, entre medias, el amargo relato de la barbarie, primero en Francia, entre la resistencia y la cooperación, y luego en el campo de exterminio, con durísimas secuencias, aunque casi más mentales que físicas. Como no podía ser de otro modo, por la cantidad, todas estas actitudes evocan en parte situaciones y análisis de películas anteriores tan distintas como Kapò, de Gillo Pontecorvo, Shoah, de Lanzmann, o La Zona Gris, de Tim Blake Nelson. Pero quizá la novedad esté en que, al tiempo que se narran los hechos, se autoanalizan las culpas. Desde un destino incierto, las propias criaturas evalúan lo experimentado como ningún otro podría hacerlo. Simplemente porque ese otro, es decir, nosotros, no nos vimos en aquella desgarrada tesitura de qué hacer en cada momento. (Javier Ocaña, El País)
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